Misofonía: Cuando los sonidos realmente te vuelven "loco"


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Oyes a tu cónyuge respirar cerca y te enfadas al instante. Tu hijo de 6 años bosteza y eso desencadena en ti una reacción de lucha o huida. Evitas los restaurantes porque no soportas el sonido de la masticación. Los sonidos que otras personas ni siquiera parecen percibir te ponen los pelos de punta. Puede que padezcas misofonía.

Artículo sobre la misofonía

Qué es la misofonía

A las personas con misofonía les afectan emocionalmente los sonidos comunes, normalmente los que hacen los demás y a los que otras personas no prestan atención. Los ejemplos anteriores (respirar, bostezar o masticar) crean una respuesta de lucha o huida que desencadena la ira y el deseo de escapar. La misofonía está poco estudiada y no sabemos hasta qué punto es frecuente. Afecta a unos peor que a otros y puede llevar al aislamiento, ya que las personas que la padecen intentan evitar estos sonidos desencadenantes. Las personas que padecen misofonía a menudo se sienten avergonzadas y no lo mencionan a los profesionales sanitarios, y a menudo éstos ni siquiera han oído hablar de ello. Sin embargo, la misofonía es un trastorno real que compromete seriamente el funcionamiento, la socialización y, en última instancia, la salud mental. La misofonía suele aparecer en torno a los 12 años y es probable que afecte a más personas de las que creemos.

¿Cuáles son las causas de la misofonía?

Nuevas investigaciones han empezado a identificar las causas de la misofonía. Un equipo de investigación británico estudió a 20 adultos con misofonía y a 22 sin ella. Todos ellos calificaron de desagradables distintos sonidos, incluidos sonidos desencadenantes comunes (comer y respirar), sonidos universalmente perturbadores (llantos de bebés y gritos de personas) y sonidos neutros (como la lluvia). Como era de esperar, las personas con misofonía calificaron los sonidos desencadenantes de comer y respirar como muy molestos, mientras que las personas sin misofonía no lo hicieron. Ambos grupos valoraron el llanto de los bebés y los gritos de la gente de la misma forma que los sonidos neutros. Esto confirmó que las personas misofónicas se veían mucho más afectadas por sonidos desencadenantes específicos, pero no difieren mucho de los demás en lo que respecta a otros tipos de sonidos.

Los investigadores también observaron que las personas con misofonía mostraban signos fisiológicos de estrés mucho mayores (aumento del sudor y de la frecuencia cardiaca) ante los sonidos desencadenantes de la comida y la respiración que las que no la padecían. No se encontraron diferencias significativas entre los grupos para los sonidos neutros o los sonidos perturbadores del llanto de un bebé o los gritos de la gente.

La ciencia cerebral de la misofonía

El importante hallazgo del equipo se produjo en una parte del cerebro que desempeña un papel tanto en la ira como en la integración de las entradas externas (como los sonidos) con las entradas de órganos como el corazón y los pulmones: el córtex insular anterior (AIC). Mediante IRMf para medir la actividad cerebral, los investigadores descubrieron que el AIC provocaba mucha más actividad en otras partes del cerebro durante los sonidos desencadenantes en los pacientes con misofonía que en el grupo de control. En concreto, se activaban las partes del cerebro responsables de los recuerdos a largo plazo, el miedo y otras emociones. Esto tiene sentido, ya que las personas con misofonía tienen fuertes reacciones emocionales a sonidos comunes; lo que es más importante, demuestra que estas partes del cerebro son las responsables de la experiencia de la misofonía.

Los investigadores también utilizaron resonancias magnéticas de todo el cerebro para cartografiar los cerebros de los participantes y descubrieron que las personas con misofonía tienen mayores cantidades de mielina. La mielina es una sustancia grasa que envuelve las células nerviosas del cerebro para aislarlas eléctricamente, como el aislante de un cable. Se desconoce si el exceso de mielina es una causa o un efecto de la misofonía y su activación de otras áreas cerebrales.

24 de junio de 2019

Por James Cartreine, PhD, redactor colaborador

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