El terapeuta suizo J. Konrad Stettbacher esboza minuciosamente los principios de su innovadora terapia en este poderoso y esclarecedor libro titulado "Dar sentido al sufrimiento". Los traumas tempranos, las heridas causadas a la integridad del niño y la necesidad de reprimirlos provocan consecuencias devastadoras en nuestras vidas: desde miedo, ansiedad y depresión hasta rabia, violencia, incapacidad para sentir y amar, comportamiento obsesivo e incluso síntomas físicos.
Stettbacher nos muestra cómo descubrir nuestros sentimientos y, con ellos, la realidad de nuestra infancia, reconstruir nuestras historias vitales, encontrar nuestras necesidades primarias y, así, sanar. Lectura crucial para padres, psicólogos, interesados en la recuperación, todas las profesiones de ayuda, así como para víctimas de abusos infantiles, este libro autorizado y perspicaz ofrece una forma fiable de resolver el dolor por uno mismo, sin ayuda de profesionales.
He aquí algunos extractos que me han parecido interesantes:
Resolver el sufrimiento significa dejar de estar inconscientemente obligado a seguir, "amar" o servir; no tener que desesperar, odiar, rabiar o sufrir.
Significa el fin de las rabietas y los sentimientos de duelo, la resignación y la obediencia.
Significa dejar de dejarse llevar por el miedo o el agotamiento.
Significa ser capaces de dar forma libre, consciente y resueltamente a nuestras propias vidas y permitirnos amar lo que es genuinamente digno de amor.
J. Stettbacher (1991). Dar sentido al sufrimiento. P. 33
Un ejemplo de este tipo de lesión: Un bebé tiene hambre.
Llama, grita, pero la madre sólo reacciona con impaciencia. Se apresura a calentar el biberón, sin preocuparse apenas de comprobar la temperatura de la leche, y luego, frunciendo el ceño, coge al niño. El bebé, con la cara bañada en lágrimas, abre la boca de mala gana e intenta rechazar el líquido caliente sin mucho éxito.
Si la leche está demasiado caliente, sobreestimulará o incluso quemará las membranas mucosas de la boca del bebé. No sólo se elevará arbitrariamente el umbral de dolor/calor; "endurecer" así al niño también conducirá a la creación de un hábito que está en desacuerdo con las realidades fisiológicas. La tolerancia anormalmente elevada al calor puede conducir directa o gradualmente a daños orgánicos (además, sirve para allanar el camino al tabaquismo y a otras perversiones sobreestimulantes). En lugar de encontrar la esperada y placentera satisfacción a su necesidad, el niño se ve sometido al dolor -dolor infligido, por su madre u otra persona encargada de su cuidado, en otras palabras, la misma persona de la que el niño espera precisamente lo contrario, es decir, ayuda y consuelo.
El niño almacenará el recuerdo de un rostro adusto que le mira acusadoramente. En el futuro, en cuanto perciba una necesidad, el miedo se apoderará del niño e intentará en vano escapar de la situación. Las heridas infligidas a su cuerpo y a su alma (en este caso, daños masivos en el primer y segundo nivel) dan lugar a reacciones exageradas latentes en el sistema que constituyen una carga y generan simultáneamente un miedo constante.
J. Stettbacher (1991). Dar sentido al sufrimiento. P. 33-34.